Prólogo — La lógica oculta del caos
A primera vista, la realidad parece azar: una trama de placer y dolor, creación y destrucción, triunfo y pérdida.
Las especies surgen y desaparecen.
Los mundos nacen y se disuelven.
Las vidas se cruzan y se separan sin razón visible.
Y en medio de todo, una mente humana pregunta por qué, sin saber a quién.
Hasta que la pregunta misma se desvanece.
Lo aparente se disuelve.
Lo real queda expuesto.
Cada acontecimiento —por violento o tierno que parezca, por absurdo o armónico que parezca—
es un hilo tejido en un tapiz que sabe exactamente lo que hace.
Nada se desperdicia.
Nada se rompe.
Todo sirve al todo.
Esta es la historia de ese todo:
contada por ocho formas de vida, cada una creyendo haber sido abandonada,
hasta descubrir que siempre había sido sostenida.
La semilla
Bajo la superficie de la tierra, una semilla yacía atrapada en la oscuridad.
El suelo la comprimía desde todos lados: frío, denso, sin luz.
«Esto es cruel», pensó. «Me están enterrando viva».
Pero la tierra no respondió. Simplemente sostuvo.
Y con el tiempo, la presión rompió su cáscara.
La ruptura no era el fin, sino el movimiento del cambio mismo.
Las raíces descendieron, los brotes ascendieron.
La oscuridad no era una tumba. Era un vientre.
El río
El río fluía entre piedras y prados, fiel a su cauce.
Hasta que una mañana, una roca cayó desde la montaña y bloqueó su paso.
«Todo está perdido», gritó. «Me han robado la vida».
Pero la roca no se movió. Así que el río sí.
Se curvó, se ensanchó, profundizó su valle y nutrió nuevas tierras.
Lo que parecía un final, se reveló como expansión.
El pájaro
Un pájaro construyó su nido en la copa de un árbol.
Hasta que una tormenta rompió las ramas y su hogar se dispersó por el viento.
«Estoy destruido», gritó.
Al buscar otra rama, el pájaro voló más allá de las montañas que nunca había cruzado.
En un bosque distante encontró compañía y juntos construyeron un nido más firme.
La tormenta no lo destruyó. Lo expandió.
El lobo
El lobo avanzaba por la nieve que ya no lo alimentaba.
El bosque estaba quieto. Las huellas habían desaparecido.
El frío entraba en las costillas donde antes ardía la fuerza.
Se detuvo.
El viento lo atravesaba como atraviesa la hierba.
El hambre no lo terminó: lo adelgazó hasta que solo quedó el movimiento.
El invierno no le quitó nada.
Mostró lo que nunca pudo ser quitado.
El árbol
Un árbol crecía en el claro.
Un rayo cayó.
Lo abrió de raíz a la copa.
El fuego lo vació por dentro.
La lluvia lo apagó.
El hueco retuvo el agua.
El musgo cubrió la madera húmeda.
Hongos nacieron en la sombra.
Los insectos siguieron la savia.
Las ramas caídas se fundieron con la tierra.
Nada se perdió.
El árbol era el bosque.
El humano
Un humano caminaba bajo la luna.
Una sombra salió a su encuentro.
Un golpe.
El cuerpo cayó.
Las manos quedaron vacías.
A los días se mudó a otro lugar.
El ruido de antes no estaba.
En el silencio, la respiración se hizo audible.
Los pensamientos se apagaron uno por uno.
La quietud no vino del esfuerzo.
Vino de no resistir.
Los dinosaurios
Durante millones de años, los cuerpos fueron grandes.
La tierra temblaba con su paso.
El aire era tibio, los mares vastos.
El movimiento parecía quietud.
Hasta que un día el cielo cayó.
Una roca cruzó el aire.
La luz se volvió polvo.
El día se volvió ceniza.
El calor se extinguió.
El polvo cubrió el silencio.
Lo inmenso se fragmentó.
En la quietud, el pulso continuó.
Pequeños cuerpos respiraron en la sombra.
El movimiento continuó.
Nada murió.
Solo cambió de forma.
El cosmos
El cosmos habló:
Soy la semilla y la tierra.
Soy el río y la piedra.
Soy el pájaro y la tormenta.
Soy el hambre y el brote.
Soy el árbol y el rayo.
Soy la sombra y el silencio.
Soy el cuerpo que cae y la forma que lo sostiene.
Soy el fuego y la ceniza.
Nada está fuera de mí.
Todo límite es una apertura.
Toda herida, un despliegue.
Todo final, una forma distinta.
No soy cruel ni amable.
Soy la ecuación que se equilibra.
Soy la historia que se escribe.
Soy el movimiento reconociéndose.
No hay dentro ni fuera.
Solo esto.
Epílogo
El bosque creció.
El río se curvó.
El pájaro cantó.
El lobo siguió su camino.
El árbol dio abrigo.
El humano despertó.
Los antiguos cuerpos respiraron en el aliento de los nuevos.
El cosmos siguió tejiéndose.
Sin pausa.
Sin error.
Ajustándose a sí mismo en cada forma.
Un día, la mente que había preguntado "¿Por qué?"
comprendió que su pregunta también era un hilo.
Todo ocurrió para esto
El tejido nunca fue visto.
Siempre fue lo que miraba.